Durante los últimos dos meses, y especialmente esta semana, he estado reflexionando sobre lo frágiles que son aquellas cosas que en el pasado dimos por sentadas. Como sociedad, nos gusta creer que cada paso hacia un mundo más igualitario es irreversible, que, una vez alcanzado el progreso, no hay vuelta atrás. Pero los acontecimientos recientes nos han demostrado lo contrario. Un simple cambio de liderazgo en distintos países puede poner en riesgo derechos y libertades que fueron conquistados con esfuerzo, derechos que alguna vez creímos victorias definitivas.
Este peligro se
manifiesta de muchas maneras, pero quiero referirme particularmente a dos:
Primero, la
sobrecarga de información. El flujo constante de noticias es tan abrumador que dan ganas de huir, de
refugiarse en una casita en la playa, en una cabaña en la montaña, en cualquier
lugar lejos del caos. Y no estás sola(o). Cuando no podemos escapar
físicamente, nuestra mente lo hace por nosotros. Como mecanismo de defensa, nos
desconectamos. Dejamos de reaccionar ante la locura que nos rodea. Estudios en
psicología y sociología confirman que esto no es un accidente: existen
estrategias diseñadas para desensibilizar al público y reducir la participación
ciudadana. Nos bombardean con un torrente interminable de noticias, donde los
asuntos críticos se mezclan con distracciones triviales, haciendo difícil distinguir
qué es realmente importante. Al mismo tiempo, el entretenimiento, las redes
sociales y el consumismo desvían nuestra atención. Caemos en el "doomscrolling",
consumiendo contenido de manera pasiva en lugar de actuar. Nuestros cerebros,
en un intento de protegernos, nos alejan de la realidad y nos empujan hacia la
comodidad de un contenido más ligero.
Segundo, la
trampa de la pasividad.
En el mundo actual, algunas personas se están radicalizando, otras intentan resistir
con hechos y datos, pero la mayoría permanece pasiva como espectadora,
observando el desfile sin involucrarse. Pero no tenemos que ser simples
observadores. Mantenernos informadas(os) y comprometidas(os) sin afectar
nuestra salud mental requiere disciplina: elegir con cuidado qué consumimos y
cuándo. La participación ciudadana no significa exclusivamente salir a marchar
en las calles; significa tomar decisiones informadas, especialmente cuando
votamos, cuando elegimos a quienes nos representarán. Las personas que elegimos
moldean nuestras sociedades. Deciden si nuestros sistemas legales protegen o
persiguen a ciertos grupos. Escriben nuestras constituciones y determinan si
nuestras leyes abordan las desigualdades o las perpetúan.
Quiero cerrar
estas reflexiones con una invitación: no te desconectes. Mantente
alerta. Nuestros derechos no se sostienen solos; necesitan de nuestro cuidado, de
nuestras voces y nuestra defensa. Habla en favor de la igualdad. Sé curiosa(o).
Edúcate para respetar y entender las diferentes formas de vivir, amar y
expresarse. Porque hoy... el silencio de las mujeres en Afganistán no es
casualidad, es la consecuencia directa de un cambio político.